lunes, 8 de junio de 2009

Misa de Gallo

Me levanto de la banca fría, me despido con la mirada de las personas a mi alrededor, soy casi el último en salir, la noche fría ha hecho que todos en aquel recinto enmudezcan y salgan presurosos a departir con sus familias lo que resta de la noche; aunque es una noche para celebrar pareciera solo un día más; un, dos, tres… cuento los escalones al salir de la iglesia, levanto la mirada y veo a las personas desvanecerse en el horizonte, el frío hace que mis manos busquen los bolsillos de mi abrigo, están calientes como esperaba, camino por la acera mirando al suelo, derrepente, “Veritatem dies apelit”- El tiempo descubre la verdad, mis manos no encuentran nada, mis bolsillos estan desocupados, -he olvidado mi reloj-. Mi corazón late mas fuerte, ya no tengo la sensación de frío en mi cuerpo, doy marcha atrás y camino rápidamente esperando que la iglesia no se encuentre cerrada ya. Perder el único recuerdo que tengo de mi padre sería perder su presencia, sería dejar que el tiempo borrara lo poco que aún me queda de el en mi. Ya veo las puertas de la iglesia, aún esta abierta! Aunque extrañado me alegro porque puedo recuperarlo; subo los escalones y como si hubiera encontrado una pared invisible impidiéndome el paso, rompo mi caminar y oigo un llanto, es una mujer, llora desesperadamente, entro sin ser visto estoy en la nave lateral de la iglesia y me escondo detrás de una columna desde allí veo no solo el reloj por el cual vine, sino también una escena que me cautiva. Una mujer de rodillas en el confesionario llora desconsoladamente, pareciera que su llanto es quien causa la oscuridad desde donde contemplo la situación. No logro entender por más que me esfuerzo lo que ella entre sus quejidos dice, guardo el mayor sigilo y trato de moverme lo menos posible, por alguna razón no quiero ser visto o siquiera interrumpir a aquella señora, que ahora viéndola bien parece ser mi vecina; si es ella. Ya han pasado 10 minutos y sigo detrás de la columna, no hay señales de nadie más. Derrepente, como si el castigo impuesto por el sacerdote hubiese sido mucho mayor a lo esperado, la mujer sale desconsolada y aprisa de la iglesia, espero unos segundos más y veo al sacerdote salir del habitáculo de confesiones. Un momento, miro de nuevo y veo que aquella persona no es el cura, ni siquiera lleva vestiduras eclesiásticas, no logro reconocerlo, sin embargo camina hacia la salida de la iglesia y con asombro he logrado saber quien es; mi vecino. Mi pensamiento no logra entender lo sucedido, las imágenes de mi vecina saliendo en llanto de la iglesia se repiten una y otra vez, no entiendo que sucede. Ya han pasado 5 minutos desde que mi vecino salió, camino hacia donde hacía unas horas había estado sentado en aquella misa, tomo el reloj por la cadenilla dorada y lo guardo en mi bolsillo. Camino hacia la salida tengo un deja vu, mi mente no deja de intentar entender lo sucedido. Bajo los escalones de la salida esta vez no miro al horizonte, el piso es lo que miro. Antes de llegar al último escalón, siento una mano alcanzar mi hombro, no he gritado simplemente porque mi cabeza está en otro lugar tratando de descifrar los hechos. Me doy vuelta y es el sacerdote. No entiendo que sucede, donde se encontraba el?, como no he notado su presencia antes?, habrá el estado mirándome siendo testigo de aquella escena?, antes de disculparme y dar una explicación de porque me encuentro todavía en la iglesia el se dirige a mi e interrumpe lo que iba a decir. Dios ha permitido que hayas presenciado esta situación, para ti muy confusa pero que a la vez te abre una puerta a que conozcas algo que jamas te habrías imaginado –recuerda- todo pasa por algo en la vida, nada es casualidad; aún más confundido me encuentro ahora pensé. Sin darme espacio a responder algo, prosiguió – hoy, aunque no he sido yo quien a recibido la confesión de aquella mujer, he sabido después de muchos años, algo que solo pude haber confirmado con la situación que presenciaste. Hace mucho tiempo ella, la mujer, tu vecina, dio a luz a un hijo. Para aquella época el hombre que viste salir de la iglesia esta noche era su marido, yo mismo pronuncié sobre ellos las palabras hasta que la muerte los separe. En el pueblo se rumoreaba de la paternidad de la criatura, las mujeres en corrillo se reunían a decir que aquel niño no era de padre que se le imputaba. Sin embargo y por causas que aún yo desconosco esta pareja se separó y el niño fue dado a una mujer quien cuido de el. El tiempo borro de la mente del pueblo aquella relación y aún hoy muchos se sorprenden al saber que en algún momento ellos dos significaron algo el uno para el otro; pero hoy después de todo este tiempo solo se que aquella confesión no debía haberla recibido yo sino aquel hombre que después de un tiempo siempre dudo en su corazón lo que ya muchas personas habían dado por cierto. Ese hijo no era suyo.- . No entiendo –le dije al sacerdote, no comprendo porque usted me cuenta esto a mi?. Y sin más que un gesto gentil en su rostro se dirigió a mi y concluyó – No te preocupes hijo, ““Veritatem dies apelit”.